martes, 17 de noviembre de 2015

ENTREVISTA A ÁNGELES CASO


ÁNGELES CASO

“Escribes por poner un poco de orden 
en el caos”





Tres hermanas. Tres mujeres que comparten el cuidado de su padre, de su hermano –a la deriva en la resaca del alcohol, que hacen la casa y zurcen las camisas. Tres escritoras que en la intimidad de la cocina se participan sus inquietudes literarias, y se acompañan en sus historias. Tres. Charlotte, Emily, Anne. Brontë de apellido. Ángeles Caso ha querido acercarse a la intimidad de estas tres jóvenes en su última novela, ‘Todo ese fuego’ (Planeta), una narración (parte recreada, parte fidedigna) que permite al lector asombrarse de la sencillez de la grandeza, en tantos órdenes.



De estas tres mujeres, que cuando uno va leyendo la novela ve que tiene muchas cosas en común, aunque también cada una su propia personalidad,  ¿por cual ha sentido más querencia?

Emily tiene algo especial... Es una mujer extraordinaria; lo que más impresiona de ella, sobre todo, es pensar que fue un genio, porque realmente lo era, y ni siquiera fue consciente de ello. Lo vivió todo con una naturalidad y una tranquilidad absoluta, sin darle ninguna importancia, a pesar de que los escritores tendemos a llenarnos de nuestro propio ego.

Que Emily dejase no de escribir pero sí de publicar, ¿es un acto de rendición, de desquite, de inseguridad..?

Es un acto de independencia. Es decir, era una mujer que había conseguido ser autosuficiente en su propio mundo. Era feliz leyendo poemas mientras pelaba patatas, caminando por los montes, teniendo sus momentos de éxtasis místico. Se había sentido desvirgada por la lectura de los demás. Digo desvirgada porque es una expresión que utiliza el pintor Paul Gauguin en algún momento. Dice que, cuando cuelga sus cuadros en alguna exposición, siente que los espectadores están desvirgando su alma. Sospecho que Emily sentía algo similar. Trata de evitar una excesiva exposición ante los demás y se decanta por vivir hacia dentro. Digamos que era una mujer profundamente secreta.

Leyendo el libro, y aunque siempre se ha dado por sentado que el oficio de escritor es un oficio solitario, da la sensación de que sin esa urdimbre personal entre las tres hermanas no se hubiera dado esa triple faceta literaria.
Es muy probable. Cuando son niñas y adolescentes tejen ese mundo propio de escribir y seguramente ninguno de ellas en solitario hubiera sido capaz de desarrollar ese talento inmenso que desarrollaron. Realmente es un milagro de la historia lo que ocurre en esa casa entre esas cuatro personas (incluyo, aparte de las tres hermanas, al hermano, Branwell, que se autodestruye). Pero esas tres personas alimentándose el talento, un talento desmesurado, es una cosa única, con una energía especial.



En un caso similar al de la familia Panero, también escritores todos pero que serviría como contrapunto a las Brontë: la destrucción en el caso español y la luminosidad dentro de toda la tragedia del ejemplo inglés...

Pero, fíjate, los Panero se parece a Branwell, siguen su ejemplo, es decir, hablamos de gente muy inteligente, muy culta, muy sensible, que escoge el camino de la autodestrucción. No sé si tiene que ver o no con la condición masculina. Ellas encuentran esa fortaleza dentro de sí mismas, que es algo que nos pasa más a las mujeres, que nos agarramos más a la tierra que los hombres. Ellas, en medio de esa generalidad, en vez volverse locas o disparatadas, se agarran a la realidad y, probablemente, el hecho de tener que ocuparte de la vida doméstica, tener que cuidar de su hermano y su padre, las obliga a tener los pies muy bien puestos en el suelo y las ayuda a expandirse, al contrario del caso de los Panero. Quizá si todos hubieran sido chicos hubieran acabado destruidos...



¿Qué pasa por la cabeza de una persona como el hermano que al final decide abandonarse a sí mismo?
No lo sé pero he conocido mucha gente así. Cuánta gente en los años 80-90 con esas características acabó destruido en el mundo de la droga, del alcohol... Son personalidades que se repiten y que, además, suelen ser hombres. Quizá porque son personas débiles. La inteligencia y el talento siempre tienen una contrapartida: el sufrimiento. Supongo que hay gente débil que no es capaz de superar las fases de sufrimiento que provoca la propia inteligencia o la propia sensibilidad. Son los que se autodestruyen.

¿Por qué el arte se siente más cómodo dentro de la desdicha, el desamor...?

No lo sé, personalmente opino al revés. Cuando estoy mal no escribo porque me bloqueo... Necesito estar bien, tranquila, contenta, satisfecha, bien alimentada para ponerme a escribir, pero es verdad que hay todo este aura legendaria en torno al sufrimiento. Quizá lo que te moviliza a escribir es más el sufrimiento que la felicidad. Más bien considero que lo que a uno le moviliza a escribir es la insatisfacción. Cuando la gente es feliz tiende a vivir y a disfrutar de la vida. Parece que no necesita contarlo, ya tiene bastante con lo que está viviendo. Necesitas ponerte a contarlo cuando hay negrura, cuando no entiendes lo que ocurre. Escribes por poner un poco de orden en el caos. Quizá por eso la literatura se acompaña de sufrimiento.

El libro toca muchos temas de forma directa o tangencial. Uno es de lo que sana la literatura. Para ellas, la literatura es una forma de sanación. Hoy en día ¿también ejerce ese papel la literatura?

Hay una literatura muy masiva que es la del puro entretenimiento, que está muy bien, la respeto mucho. Luego está la otra literatura, que es la que a mí me interesa como lectora y como escritora. Nunca he buscado en un libro pasar un rato entretenido. No es lo que busco ni lo que pretendo cuando escribo.

Caramba, pero ‘La isla del tesoro’, ‘Moby Dick’ o tantos otros libros redondos también entretienen...

Sí, a veces confundimos lo bueno con lo sesudo o con lo aburrido. ‘Todo ese fuego’ tiene una trama en la que no pasan muchísimas cosas, en realidad parece que no pasa nada, es un día en la vida de unas mujeres que planchan y escriben. La literatura que a mí me gusta hacer y que me gusta leer es la que reflexiona sobre la condición humana, la que se cuestiona la vida. La poesía es otra cosa. Un buen poema es un momento milagroso en la vida. Es un instante, pero ese instante es un milagro con toda la belleza y el resplandor posible. Esto, por ejemplo, es curativo y los que tenemos esa enfermedad sólo nos cura encontrar en algún instante esa luz. Por desgracia, creo que a la mayor parte de los lectores les interesa más la otra literatura, que hay lectores que no llegan a engancharse en cuanto que encuentran un grado de profundidad, en el lenguaje, en los conceptos.

Me viene  la imagen a la cabeza de la escena en la que María, dirigiéndose al reverendo Wilson, pone en entredicho la predestinación. ¿Qué  tiene más verdad la vida o la literatura?

¿Son cosas diferentes, tú crees? Para mí es lo mismo. Escribir un libro forma parte del azar como el resto de las cosas que ocurren en la vida. Azar o destino. Todavía no acabo de saber si el destino existe o no. Los libros que he escrito no los he buscado yo. Las historias me han buscado ellas a mí. De hecho, pasé una larga temporada de sequía como novelista que duró ocho años. Por más que me empeñaba  en encontrar una historia no la encontraba. No soy capaz de encontrar una. Son ellas, las tramas, los asuntos, los que me encuentran a mí. Por lo tanto, literatura y vida para mí acaban siendo lo mismo.

¿Y cómo la encuentran las historias?

Es un momento extraordinario, una revelación. Lo vivo así. Es como si se me encendiera una luz en la cabeza y digo: “esta es la historia”. Es un momento mágico que  no tiene nada que ver con la voluntad.

Hay un momento en la novela en el que Charlotte dice: “Nunca he dejado de pensar en las interminables dificultades de ser mujer”. Casi dos siglos después del nacimiento de estas hermanas, el mundo de la literatura en particular y el de hoy en general, ¿sigue siendo tan machista?

El de la literatura sí, y el mundo en general, también, aunque muchísimo menos que entonces. Escribiendo sobre ellas pensaba en la suerte que he tenido de nacer en la época en la que he nacido. Yo he hecho lo que he querido. He sido una persona, dentro de los límites de lo razonable, muy libre. Me he desarrollado como he querido, he viajado lo que he querido, he trabajo en lo que he querido, he dicho lo que he querido, y nadie me ha puesto trabas. Para ellas, la vida entera era una traba. La vida de una mujer era una vida pequeñita, ínfima... Aunque el machismo sigue siendo una realidad que todas, por desgracia, vivimos en determinados momentos de nuestra vida o en determinados ámbitos, y el ámbito de la literatura todavía tiene mucho machismo. La prueba está en que se sigue hablando de literatura y de literatura femenina, como dos cosas distintas. Yo estoy encantada de que se hable de literatura femenina y defiendo que mi literatura  no tiene que ser como la de un hombre porque mi vida es distinta y mi vida es una vida de mujer. Yo escribo desde lo que soy, y ser mujer condiciona todo, para bien y para mal. Acepto que hablemos de literatura femenina pero exijo que hablemos de literatura masculina. No dando por sentado que ellos son el gran tronco y nosotras una rama menor. Para muchos lectores y críticos todavía seguimos siendo las sensibleras. Ves las listas de los premios y ¿cuántas mujeres han tenido un Cervantes?, ¿cuántas un Premio de la Crítica?

Ana María Matute, Elena Quiroga... poquísimas, en cualquier caso...

Desde el 59 hasta 2013 ninguna escritora publicó una novela en nuestro país que  mereciera el Premio de la Crítica. ¡Por favor! ¿Quién se va a creer esto?  Charlotte sabía que la recepción de sus textos sería muy distinta si se sabía que quien escribía era una mujer, por eso optó por publicar con pseudónimo masculino.



Hay un momento en el libro en el que se hace una distinción entre los seres que se amoldan y los seres que van dando tumbos por la vida. ¿Por qué, si nadie quiere ser como estos seres en su vida –los desnortados, los tarados- nos fascinan tanto?

Tienen un atractivo especial. La gente inmadura, contradictoria, un poco loca,  nos atrae mucho pero no me había parado nunca a pensarlo. No sé cuál es la razón.

Le dedica el libro a su sobrina Inés. ¿De qué depende que llegue a ser “esa gran mujer” que espera de ella?

Estoy segura de que lo será. Ya lo es, con nueve años. Es muy inteligente, muy profunda y, al mismo tiempo, muy cariñosa, muy sensible y tiene una mirada muy compasiva sobre el mundo. Vive en París y, hace poco, me contaba que en su clase hay un niño que es el marginado y ella y sus amigas se organizan para que todos los días en el recreo no esté solo. Me lo contaba con muchísima naturalidad y a mí se saltaban las lágrimas. Pensé: “qué preciosidad de criaturas, ojalá sean capaces de conservar esa capacidad de compasión por los otros”. Ojalá mantengan eso vivo. Una niña que hace eso con nueve años lleva muy buen camino.

Charlotte tenía miedo de las críticas a su textos, ¿Usted también?

Muchísimo, me aterra. Durante años, me hizo sufrir muchísimo la crítica porque creo que fueron muy injustos conmigo. Me criticaron partiendo de un prejuicio: como había trabajado en la televisión, creyeron que era una petarda famosa que quería aprovecharme de eso para escribir. Y yo quería ser escritora desde pequeña. Mi padre era catedrático de Literatura, leí ‘El Lazarillo de Tormes’, el ‘Poema del Mío Cid’, ‘El Quijote’... me crié leyendo a los clásicos y esa especie de menosprecio con el que me trataron me dolió mucho durante un tiempo. Me dolió la falta de respeto. Ahora ya me duele mucho menos. Me he distanciado bastante de eso. Además, ahora se me respeta bastante más.

Le  devuelvo en forma de pregunta algo que Emily tiene clarísimo: ¿Nadie se muere por amor cuando la persona a la que ama se muere?
De hecho, ellas mueren por amor. En ocho meses mueren las tres, sin haber estado enfermas. Desarrollan la enfermedad y se mueren en un tiempo cortísimo. Emily se muere por amor a Branwell y Anne se muere por amor a Emily. ¡Claro que se puede morir por amor!



Esther Peñas
*Fotografías de Javier Lorente.




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