Nuria Capdevila-Argüelles
Catedrática asociada de estudios Hispánicos
y Estudios de Género en la
Universidad de Exer
“Las mujeres son los grandes fantasmas de los procesos de modernidad”
Elena
Fortún (Madrid, 1886-1952) alumbró uno de esos personajes que nos enseñaron a
mirar el mundo desde otro ángulo, el estupor, un ángulo que desvela una hendidura,
una fractura, algo que no acaba de coincidir, como si nunca nos tuviéramos a
nosotros mismos. Matilde Ras (Tarragona, 1881-1969) dejó su impronta en numerosos artículos de
prensa, ensayos, introdujo en España la grafología como método de conocimiento
del otro y vivió labrando su legítima rareza, como después sintetizó Sartre.
Ambas
compartieron un ideario, un sentir, un contexto, y un amor. María Jesús Fraga,
colaboradora del Departamento de Literatura Española de la UCM, y Nuria
Capdevila-Argüelles, catedrática asociada de estudios Hispánicos y Estudios de
Género en la Universidad de Exer, se adentran en la relación entre ambas en un
espléndido texto, ‘El camino es nuestro’ (Colección Obra Fundamental de la
Fundación Banco Santander). Capdevila-Argüelles detalla algunas cuestiones al
respecto.
¿Qué es lo que más le fascina de la
personalidad tanto de Elena como de Matilde?
De
Elena Fortún me fascina su autodidactismo. Pasó de ser una mujer que sabía leer
y escribir pero no tenía una educación esmerada -ni siquiera la “educación de cascarilla”
burguesa que mencionaba Emilia Pardo Bazán criticándola por ser una educación a
medias que empequeñecía a la mujer- a ser escritora, periodista, experta en
biblioteconomía, conferenciante… en definitiva, a tener un papel cultural muy
activo y una sed de aprender ciertamente mucho mayor que la de la mayoría de
sus compañeros de generación. Tocó muchos registros culturales.
De
Matilde Ras destacaría su valentía e independencia. Era una mujer muy erudita
que, a diferencia de Elena Fortún, recibió una esmerada educación. Eso la
separó de sus contemporáneos y contemporáneas. Se atrevió a vivir sola y a
disfrutar de la amistad de aquellos espíritus que le eran afines. Su constancia
en la escritura y el estudio son ejemplares.
Leyendo los textos de Matilde Ras,
uno se da cuenta de que, además de la calidad, sobresale la interesante mirada
sobre los temas que aborda. ¿Por qué, a diferencia de Elena, apenas publicó?
En
estos tiempos en los que la promoción de los autores es tan importante, inspira
acercarse a una mujer que logró vivir de la pluma a pesar de no disfrutar del
renombre que tuvo Elena Fortún. Recordemos que muchos grandes nombres de la
literatura no conocen el éxito en vida. Kafka es un gran ejemplo. Dicho esto,
es preciso recordar que la autoría de Matilde Ras y Elena Fortún coinciden en
un punto: sus inicios en la prensa. De hecho, la escritura de nuestras modernas
suele empezar en este medio y no alcanza el libro en todos los casos. Sin
embargo, creo que recuperar nuestra tradición de ensayo y pensamiento feminista
es fundamental para entender de dónde venimos intelectualmente y las
particularidades de la historia de nuestro feminismo y de la mujer española. Y
la tradición ensayística del feminismo español tiene un medio de expresión
clave en la prensa de vanguardia, que dio voz a nuestras autoras, Matilde entre
ellas.
De un tiempo a esta parte hay un
interés por conocer la labor de estas mujeres (ese grupo de mujeres que
coincidieron en tiempo y en espacio, a muchas de las cuales usted menciona en
su estudio introductorio) pero parece que cuesta hacerlo, ¿por qué hay tan poca
investigación y tan escasa repercusión de este grupo de mujeres comprometidas?
No
diría que hay poca investigación ya que hay un número considerable de
hispanistas que se dedican a estudiar nuestro feminismo y la contribución de
las mujeres intelectuales y artistas a la historia cultural de España. Si que
diría que el olvido al que les condenó el franquismo es mucho más duro que el
sufrido por los intelectuales varones. Las mujeres son los grandes fantasmas de
los procesos de modernidad, y ellas se convierten en las grandes víctimas del
olvido. Y es que la ciudadanía secundaria de la mujer en el “país de la
autoría” es un hecho cultural poderoso. Forma parte de la historia de la
discriminación de la mujer y está presente en nuestros días porque el
patriarcado no ha muerto: hay menos autoras en nuestros planes de estudio,
menos autoras en el canon contenido en nuestras librerías y bibliotecas pero
cada vez más nombres de mujer emergiendo en la recuperación de nuestra memoria
histórica y cultural que, como ya he apuntado, no se completará hasta que no
incorporemos un saber profundo sobre nuestras modernas, las madres del
pensamiento feminista español o, como las he llamado en otro de mis libros,
nuestras autoras inciertas. El trabajo de estudiosas como María Jesús Fraga, mi
compañera en esta antología, María Rosón, Raquel Osborne, Alda Blanco, Antonina
Rodrigo y las italianas Margarita Bernard e Ivana Rota, entre otras, está dando
importantísimos frutos.
Llama la atención, por un lado, la
concentración de mujeres con una “sexualidad no normativa”, como apunta usted,
y, por otro, el respeto con el que las acogían el resto de compañeras no
homosexuales...
Tendríamos
que precisar. La homosexualidad y la bisexualidad tenían sus códigos y canales
de expresión en una época marcada por la represión del erotismo femenino por un
lado y, por otro, por la patologización de la mujer moderna e intelectual y de
la persona homosexual, considerada entonces “invertida”. El mismo contexto
sociocultural que influye las manifestaciones de homosexualidad, bisexualidad y
modernidad genera discursos homófobos y antimodernos. En ‘Recuerdos de una mujer de la generación del 98’, Carmen Baroja
menciona el complejo de masculinidad de Victorina Durán, amiga de Elena y
Matilde, y hace patente el sentimiento de casi repugnancia que le inspira la
cercanía de mujeres modernas masculinizadas. Sexo y género estaban
estrechamente unidos. Las que representaban su género de forma no femenina
automáticamente generaban incomodidad, como la que sentía Carmen Baroja, o
atracción, como la de muchas otras compañeras de generación que también se
cuestionaban el papel del matrimonio y el marido en sus vidas. Representaban
una mujer nueva con una sexualidad diferente. Hubo una acusación de lesbianismo
vertida contra algunas mujeres del Lyceum Club. Elena Fortún fue una de ellas. Pero
es que ella pasa su vida aprendiendo y ese aprendizaje engloba también su
sexualidad. La heterosexualidad y el matrimonio regulaban el papel social de
las mujeres. Con los años, Fortún desarrolla una auténtica fobia hacia el
hombre como compañero sexual. Esa, diríamos hoy, es su forma de salir del
armario. Es una faceta de su yo en la que ahondaremos en próximas
publicaciones. Matilde, por el contrario, y habida cuenta de su cosmopolitismo,
debió tener mucho más claro quién era. De ahí en parte su tendencia al
aislamiento.