martes, 28 de febrero de 2017

ENTREVISTA A MARÍA NEGRONI


María Negroni, poeta


Cada poemario de María Negroni (Rosario, Argentina, 1951) es un acontecimiento. Lo real, si lo real tuviera forma de verso que invoca, que convoca. Un punto de abrigo, acaso de luz. “No se viaja a una isla/ para encontrar un tesoro./ Se viaja/ para enterrarlo”, nos cuenta la voz del poeta en ‘Exilium’ (Vaso Roto).


¿La poesía resulta exilio gozoso?

Yo no hablaría de la poesía en términos de exilio. La vincularía, en cambio, a un indeclinable impulso de rebelión frente a todas cárceles, empezando por la cárcel del lenguaje convencional, que no es sino la petrificación del sentido en la costra del uso. Sólo en este sentido se podría hablar de algo gozoso en su ejercicio. Porque siempre hay algo de alegría, de vitalidad, en el desacato.

La esta aventura sigilosa de pensar más allá de la costra del uso –que es otro nombre de lo intrascendente– le debe la literatura su felicidad». la palabra poética es transversal, anónima y desorientada. Por eso es también, inesperadamente, política y necesaria». La literatura es el pasaporte para entrar en una vida más amplia, es decir, una zona de "libertad" (mi traducción). Rebeliones contra la abnegación de un mundo estúpido, codicioso y violento; para ella, cuestionarse es sinónimo de existir;

Las imágenes surrealistas se suceden en el poemario. ¿Este exilio tiene que ver más con lo irracional, con el abajo?

No estoy segura de entender la pregunta. No es que el exilio tenga que ver con lo irracional. Yo diría, por el contrario, que “en lo irracional, en el abajo” está el repertorio de lo que más profundamente nos pertenece. Julia Kristeva decía que los poetas trabajan con la “chora semiótica” que es el inventario de lo más arcaico, lo que tiene que ver con los ritmos de la primera infancia, la infancia pre-verbal. Allí van a buscar lo que no tiene nombre, lo que han olvidado o nunca conocieron. La poesía es todo lo que Orfeo trae de su viaje al Hades, su conocimiento pero también su pérdida. 

La disposición tipográfica se nos aparece en una sugerente propuesta visual. ¿Cuánto de lúdico tiene la poesía, o ha de tener a su juicio?

Alguna vez dije que la poesía es la continuación de la infancia por otros medios. Y sí, el juego le pertenece. No podría ser de otro modo, en la medida en pone en acción el reino de lo imaginario y da cabida al mundo de las emociones del cuerpo y de la inteligencia.

¿Qué cosas “nos expulsan de nosotros mismos”?

Lo que nos expulsa de nosotros mismos es todo aquello que nos hace temblar, que rompe con las supuestas certezas del hábito, lo que nos obliga a desconocernos. En general, estos momentos coinciden con las grandes crisis vitales que, liberándonos de las corazas con que nos protegemos, nos enfrentan al vacío existencial y a las grandes preguntas por el sentido.

El poema, ¿tiende a “enamorarse de lo peor”, como aquella canción de la cubana Teresita Fernández, que cantaba a las cosas feas? ¿Acaso en un intento de reparar ese ‘lo peor’?

Lo peor, en este caso, es la tendencia a cantar las pasiones truncas, es decir los fracasos, como si ese canto pudiese consolar. Aquí, creo, me estoy refiriendo a esa paradoja que se da en el poema (y en el arte, en general). Creemos tocar algo pero luego la obra se cierra y nos quedamos solos, con las manos vacías. El poeta es una especie de Sísifo, captado en el perpetuo acarrear infructuoso de la piedra hacia arriba. Claro, podríamos decir que, al caer, el fracaso relanza el deseo y que eso es bueno, porque la escritura vuelve a hacerse posible. Todo es muy complejo, claro.

¿Tiene más que ver el poema con una “epistemología del no saber” que con la técnica académica?

La técnica académica no tiene nada que ver con el poema, nunca. Hay una técnica, sí, pero es la técnica del perderse, de ir directamente y sin desvíos a lo que no sabemos. Esa es la única epistemología que ofrece el poema. Pero ese saber es enorme.

“Mucho menos la idea de un yo”. ¿Cuántos yoes tiene el poeta? “Soy un yo sin atributos”. ¿Es posible desvestirse de esta manera, radical? 

Para empezar, reiteremos que el yo es una idea. Una entelequia, tal vez. Un pronombre personal que nos sirve para manejarnos en el mundo pero que, en realidad, es ilusorio y esquivo y mucho más habitado de lo que parece. Hay muchos yoes, no sólo en el poeta, en cualquier persona. Y ese yo, como dijo para siempre Rimbaud, es Otro. El poema que citas dice: “Alguien vino y se fue/ sin ningún buenas noches// Sobre la mesa/ dejó un destino / con la palabra/ soy/ sin atributos”. No es el yo quien carece de atributos, es el ser que es muchísimo más grande que el yo.

La poesía es capaz, hoy en día, de provocar “el escándalo del mundo”?

No. El escándalo del mundo es, por sí mismo. No es la poesía la que lo provoca. Pero sí la que vuelve a iluminarlo, una y otra vez, la que intenta, una y otra vez, exhumar el cadáver en que lo transforma el lenguaje convencional.

Las consecuencias perniciosas de la sociedad de las nuevas tecnologías que transitamos puede quedar perfectamente resumida en dos versos suyos: “tanto renglón ingenioso y ninguna caricia”. ¿Será menos humano el ser humano que está viniendo?

Me temo que el ser humano es limitado por naturaleza y que esa limitación toma distintas formas en las distintas etapas de la historia, pero que no hay ahora un deterioro sustancial. Como decía Borges, “nos tocaron malos tiempos, pero no peores que a otros hombres”. Los versos “tanto renglón ingenioso / y ninguna caricia” no está pensado, al menos no fue mi intención pensarlos en referencia a las nuevas tecnologías sino a la poesía misma, a esa imposibilidad de la que hablaba Pizarnik, de hacer el cuerpo del poema con el cuerpo. Hay siempre, como dije antes, algo que nos expulsa de la propia obra. Los versos pueden ser ingeniosos, incluso bellos, pero no suplantan la falta, no reparan la carencia real.


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