domingo, 25 de junio de 2017

LA CASA DE LOS SORDOS de LAMAR HERRIN


La casa de los sordos



Perder a una hija es devastador. No hay un solo idioma que disponga de una palabra que defina a los padres que han perdido un hijo. Hay viudas y viudos, y huérfanos, pero no un término que exprese la condición de la paternidad/maternidad truncada. Quizás porque el dolor desborda en ocasiones la lengua. Cualquiera. Perder a una hija es sufrir la locura de lo que sucede antinatura.

‘La casa de los sordos’ (Chamán ediciones), de Lamar Herrin es una novela que retrata la pérdida y el duelo. La necesidad del ser humano de entender lo incomprensible, de ponerle palabras, de convivir con el dolor irreparable, es el corazón de esta novela.

Y aunque cada pérdida y cada duelo tiene sus códigos, su idiosincrasia, su particularidades (lo dejó claro uno de los inicios literarios más celebrados, el de Anna Karenina, de Tolstoi: “todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”), imaginen el caso de una muchacha norteamericana, Michelle Williamson, que recala en Madrid por cuestión de estudios y que muere en un atentado de ETA. Imaginen al padre que viaja a España para entender qué cosa es esta que late detrás del acrónimo, de tres letras cargado de connotaciones y significados enfrentados. Esta es la historia que cuenta ‘La casa de los sordos’.


No se trata de una novela política, aunque quizás sea la única historia de un autor extranjero en la que el asunto de ETA invade la historia. Es, ya lo dijimos, la narración de una pérdida y su consecuente duelo, pespuntado por los vínculos entre los personajes, a veces tan frágiles, en ocasiones tan cuajados, en cualquier caso, descritos con una sutileza y exactitud emocionantes. Vínculos que se reajustan, que se activan, que se ponen en funcionamiento, que operan, que cuidan al otro. Los de la exmujer, los de la otra hija, Annie. 

No es una novela política pero ahonda en las raíces e invoca la figura de Sabino Arana, y bucea en sus postulados, en el tejido que se expande a un lado y al otro de lo que ETA significa (ba). El ‘Guernica’ de Picasso, la carga de la Guardia Civil, la opresión franquista, también la sangre de ajenos, de niños, de extranjeros, de quienes vivían al margen del conflicto (no hay márgenes posibles en los conflictos, esto lo sabemos).
La escritura de Herrin se adentra en la historia personal, en la historia colectiva. Es un viaje físico (de Estados Unidos a España) y un viaje interior (la pérdida, el duelo), sin aspavientos, rotunda aunque tantea, sinuosa, envolvente, bella. Sobriamente bella.  

‘La casa de los sordos’ no retrata héroes postmodernos, personajes que se dejan vivir, que no (se) cuestionan, que son arrastrados por las contingencias vitales una y otra vez. Al contrario. ‘La casa de los sordos’ concita un registro de personajes que quiere entender sabiendo que de encontrar la explicación ésta jamás se convertirá en una justificación. Son personajes que se preguntan, que dudan, que odian, que se reconcilian (consigo mismos por momentos). En definitiva, que buscan un sentido.
 
Lamar Herrin (Georgia, 1940) vive parte del año en Valencia, la otra mitad en Nueva York. ‘La casa de los sordos’ se publicó en 2005, y Chamán la introduce en su colección de narrativa ‘Chamán en su senda’ con la traducción de Eloy M. Cebrián.




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